El año pasado os traje Nueve semanas (justas-justitas), novela del autor
valenciano P.L. Salvador. En aquella reseña ya eché el resto en
cuanto a intentar exponer la particular prosa de este autor, así que esta
reseña me la tomo con más tranquilidad... al menos en la forma, porque el
fondo, al menos para mí, es mucho más profundo. Dejamos a un lado el tono
más desenfadado de su anterior novela, y nos ponemos serios.
Estamos en el año 2222 del
título. Zalt es millonario y vive en una finca a varios
kilómetros de la casa más cercana. Acaba de fallecer su única hija, es viudo y
solo le queda su nieta de 13 años. Aparece en su vida, de la nada,
y tras más de una década sin verse, el coronel Nat... y llega para
quedarse. Pregunta, pregunta, pregunta... y organiza, dispone, anticipa.
Progresivamente aleja el hogar de Zalt de la civilización, incluso al propio
Zalt de sus negocios, y al tiempo va trayendo gente nueva para que viva
en la finca: los elige él, o los que ya están traen a conocidos, y siempre
por cada hombre entra una mujer, o viceversa. Todos con ideales comunes, todos
con altas probabilidades de emparejarse y de procrear.
También conviven con ginoides, androides cuya perfección varía
dependiendo de la finalidad con que fuesen creados y de la generación a la que
pertenecen.
Los habitantes de la finca son cada vez
más autosuficientes, más independientes del
exterior, están más satisfechos con ese microcosmos: lo que ocurra fuera
no importa, solo importan ellos. Todos se dan cuenta de que este coronel está
creando algo parecido a una comuna perfecta, pero también son conscientes
de que tiene que haber algo detrás de eso: un propósito. Y cuando ese
propósito es revelado, estalla la crisis, porque no todos lo consideran
moralmente aceptable. Algunos se rinden a lo inevitable; otros no quieren
formar parte de ello. Pertenecen al grupo de los elegidos para salvarse del
exterminio de la raza humana, ¿pero con qué derecho?
Como veis estamos ante una distopía,
una novela de ciencia-ficción, pero que se aleja mucho de los parámetros
del género. El estilo de Salvador es una de sus principales fortalezas:
autenticidad narrativa y personalidad única, singular. No hace falta
mirar la portada para saber que es suyo: lo sabes en cuanto lees dos
líneas. No puedo hablar por nadie más, pero a mí, francamente, es algo que no
me ocurre habitualmente en la literatura contemporánea, y a él lo reconoces al
primer vistazo. Frases cortas, directas a la yugular, pinchando
como el aguijón de una avispa en el sitio preciso; uso y abuso de
paréntesis y corchetes sin ambages ni miramientos, pasándose por el arco
del triunfo lo estilísticamente esperable y aconsejable; varios
narradores que se pasan el testigo, que se leen unos a otros antes de
hablarnos con su propia voz, y que hacen avanzar la historia desde distintos
puntos de vista. Salvador tiene un estilo narrativo personal, propio, y
eso es algo que se tiene dentro o no se tiene, que se sabe plasmar sobre el
papel o no se sabe, y además es tan personalísimo que no me extrañaría nada que
apareciese alguien en el horizonte en algún momento dado con retufillo salvadoriano.
Se presta a ello, a la "copia", como todo lo innovador.
Otra de las características más
evidentes de este autor, al menos en sus dos últimas novelas
publicadas, es saber contarte toda una historia en apenas 100-150
páginas. Aplaudo la honestidad de un escritor que se desmarca de la
tendencia general de rellenar páginas y páginas de morralla cuando la historia
no las necesita. 2222 tiene 102 páginas; os aseguro a
aquellos que no os gustan las novelas cortas, porque os da la sensación de que
se os quedan a medio gas, que esta historia cumple igual que otra con el triple
de longitud. Cuenta más en esas 102 páginas que otros en 500; no
necesita inventarse páginas de la nada más absoluta para razonar su trama.
Y llegamos a algo muy importante. Esta
distopía es tremendamente actual. Tremendamente de hoy en día. Si dejamos a
un lado a los ginoides, el futuro que el autor plantea podría ocurrir
mañana mismo, podría estar ocurriendo ahora. Se ha ido doscientos
años en el futuro para hablarnos de nuestro presente, para plantearnos
preguntas de nuestra realidad, para hacernos reflexionar sobre el camino
que andamos y hacia dónde nos conduce. Si el planeta fuese incapaz de
aguantarnos a todos sobre su faz, si se muriese porque chupamos todo lo que
nos da sin ofrecer nada a cambio, si la población en la Tierra se hiciese
insostenible... ¿qué pasaría? ¿Qué opciones quedarían? ¿Qué
salidas? ¿La moralidad de esas opciones sería un factor a tener en cuenta o se
impondría la necesidad acuciante de llevarlas a cabo? ¿Debe prevalecer
la medida sobre el método?Porque la historia nos cuenta mucho, pero también está
creada para darle un empujón al lector, para estimular su proactividad,
para que use su imaginación y una puntos, enganche hilos y rellene espacios
entre narrador y narrador. Filosofía, ética y humanismo intentan darse
la mano, pero no siempre lo consiguen. Y eso da mucho en lo que pensar.
Además, esta historia tiene tanto de
distopía como de ínfulas de utopía por parte de los impulsores del
exterminio, y la sociedad perfecta que ingenuamente se busca en la historia es
algo que el hombre es incapaz de gestionar: no forma parte de su naturaleza. Un
mundo sin política, sin religiones, sin tecnología, sin propiedad
privada... El autor nos ofrece resquicios de esperanza pero al mismo
tiempo pone sobre la mesa la heterogénea imperfección del ser humano, lo
poco confiables que somos, esa falta de sentido común que llevamos de serie y
que nos podría llevar a la situación que se plantea en la historia. La sociedad
humana es incapaz de cambiar. ¿La pescadilla que se muerde la cola? Sí
y no. Tendréis que leer el libro para saber qué ocurre en 2222 en una
pequeña localidad de la costa de Alicante, porque una vez que empieza el
exterminio, la historia guarda unas cuantas sorpresas y giros: no deis nada por
hecho.
No puedo obviar el componente
metaliterario que sucintamente introduce
Salvador en la historia, componente que la primera vez que aparece te hace
sonreír y te sorprende a partes iguales. El propio autor se cuela en la
historia como tatataradeudo del protagonista, y su obra pervive todavía en
su biblioteca. Llega a ser, junto a su grupo musical Prolymbux, el autor
favorito de uno de los personajes... si lo miramos en perspectiva,
sería un autor clásico para un lector del 2222. Y encima echa el resto e incluye
un relato suyo auténtico escrito en el año 2000, El retraso, que es
realmente fantástico. ¿Egocentrismo? No, o no al menos mal
entendido. Yo lo he visto más bien como un guiño picarón. ¿Por qué no hacerlo?
Ya digo arriba que el discurso narrativo de Salvador va por libre, no se parece
al de nadie y camina por unos márgenes creativos que le dan completa libertad
como autor.
Nueve semanas me
gustó mucho, pero 2222 ha ido
todavía más allá. Mucho más allá. Te da en qué pensar, te
enfrenta a una realidad que como ya digo tiene más de 2018 que de doscientos
años en adelante, te pone en disyuntivas que de por sí evitarías, te arrincona
para ponerte en el lugar de los protagonistas, y lo hace construyendo unos
personajes principales que comprendes en todas y cada una de sus disyuntivas. Y
además es una historia entretenida, muy entretenida, que se lee tan deprisa
o tan despacio como tú quieras hacerlo, e invita a relectura asegurada.
Muy recomendable, en serio. Da igual que os gusten o no las distopías,
da igual que os guste o no la ciencia-ficción, da igual que os gusten o no las
novelas cortas. Cuando se presenta un autor que tiene tanto que contar,
que sabe cómo contarlo sin parecerse a nadie más y además lo cuenta así de
bien, hay que leerlo.