Me propongo entrevistar a Rosario Izquierdo.
Rectifico: me propongo charlar con Charo. No será fácil. Quiero decir las cosas
que nunca se dicen y eso siempre trae complicaciones. Bueno, quizá sí se dicen.
Pero de otra manera. O sea, que se dicen y no se dicen.
Principio este escrito indicando que
vamos a hablar en femenino, a cara descubierta, sin hipocresía, intentando ir
un poco más allá, al fondo del asunto. Con Charo: que es socióloga, feminista,
escritora, profesora de escritura. Madre y esposa. Una mujer con criterio que
sueña con un mundo femenino criterioso.
Luego, en pliego aparte, le digo que podemos suspender la
entrevista si no le gusta el tono. Sin embargo, se trata de sacar nuevas
conclusiones, de que las lectoras saquen nuevas conclusiones, y mucho me temo
que este tipo de experimentos llevan adheridos algunos riesgos.
―La mujer es utilizada como objeto de deseo ―expongo― y obligada de
alguna manera a exhibirse de modo vergonzoso. ¿Debería hacerse un referéndum
para saber si el Pueblo quiere que sus mujeres enseñen el culo o el capitalismo
y su libertad de expresión lo justifican sobradamente?
Charo
me responde con otro pliego aparte:
«Te mando archivo con mis pegas, que en
realidad son muchas, porque, como señalabas, no me convence el tono
(sinceramente lo veo un poco machista en la pregunta). Puedes cambiarlo si
quieres. Te doy ideas, pues lo que va en rojo es casi más una idea que te doy
que una respuesta en condiciones. ―Aquí se ríe y lo transcribe―. Si no lo ves
claro, podemos dejarlo para otra ocasión, pero por mí no hay problema en
prestarme a ese juego que propones de, en realidad, una entrevista en
construcción...».
Cuando abro el archivo adjunto, me encuentro
además con el siguiente comentario:
«No me convence la frase “Una mujer con criterio que sueña con
un mundo femenino criterioso”, aparte de que la palabra criterioso no existe,
no diría de mí misma que sueño con eso, sino más bien con un mundo igualitario
donde tanto mujeres como hombres podamos abordar
con criterio las injusticias sociales y otros asuntos urgentes».
Por supuesto no esperaba menos de ella. Charo
tiene las ideas muy claras, más claras de lo normal, y por eso estamos
hablando. Seguidamente leo «lo que va en rojo», que registraré como respuesta
aunque no lo sea:
―Esta pregunta-broma es demasiado
paternalista, ¿no? ―me dice Charo―. Eso de si el pueblo quiere que sus mujeres
enseñen el culo. No me interesa enfocarlo así, sino señalando cómo desde niñas
los mandatos que afectan a nuestros cuerpos condicionan la percepción que
tenemos de nosotras mismas. Los cuerpos homogeneizados como objeto de deseo, y
como anzuelo para el consumo, para vender coches, perfumes o aspiradoras, nos
confunden y dificultan mucho que podamos desarrollarnos centrando la atención
en lo importante.
―De acuerdo
―acepto―. Pero la homogeneización
no afecta solo al mundo femenino. El capitalismo lo está
estandarizando todo en todas partes porque a las grandes empresas les conviene
que el planeta entero tenga los mismos gustos para producir masivamente sus
precocinados. Aunque creo que esta guerra la hemos perdido (o la estamos
perdiendo), tengo fe en la guerra de guerrillas. Henry Kissinger dijo
que «un ejército pierde si no gana, mientras que una guerrilla gana si no
pierde». ¿Estás de acuerdo? ¿Te conformas con no perder?
Tras estas dos preguntas, debo hacer
un inciso para que vosotras, indispensables lectoras, conozcáis el texto que le
envío a Charo en pliego aparte: «El primer problema es que no quiero hacerte
una entrevista convencional. Intento hacer cosas diferentes y no siempre salen
bien. Aunque eso deberían decirlo las lectoras. El segundo problema soy yo, que
me dejo llevar por mi yo intuitivo. Y en este caso, tus palabras me han hecho
concebir una conversación espontánea. Una conversación transcrita en su
totalidad, sin ocultar nada. Qué ocurrencia, ¿verdad?».
―¿A qué respondo
primero? Si no ocultamos nada, igual espantamos a quien lo lea, pero puedo
prestarme porque estoy de vacaciones y tengo algo más de tiempo. No creo que
mis ideas sean más claras de lo normal, aunque me vendría bien eso. Y mentar a
Kissinger para comparar el feminismo con una guerra de guerrillas... ¿Es que
quieres espantarme a mí, o a las lectoras? La frase de Kissinger es ingeniosa,
pero él condensa lo peor del capitalismo y del patriarcado. Cuando tenía
dieciséis años y quería ser periodista, leí una entrevista que le hizo Oriana
Fallaci a Kissinger y reforzó la imagen espantosa que yo tenía de ese hombre. Él
y otros como él nos han ido llevando de desastre en desastre. Ante eso,
conformarse con no perder es una aspiración triste y débil: hay que hacer lo
posible por ganar.
Me quedo pensativo.
Ahora tengo que plantear una tercera cuestión que supere a las anteriores (para
que la charla vaya in crescendo y
acabe apoteósicamente). «¿De qué hemos hablado?» Lo pienso y escribo: de la
mujer objeto fruto de un capitalismo homogeneizador y del enemigo Kissinger.
Me decía Charo en
pliego aparte: «La idea es original, ya veremos cómo sale. Pero sí que propongo no
alargarla demasiado, quiero aprovechar mis vacaciones para leer, escribir y no
hacer nada (esto último, muy necesario para lo demás). Hoy, por ejemplo, voy a
esmerarme cocinando unas lentejas sin prisa. Cocinar lentejas sin prisa un
jueves es todo un lujo para mí. ―Aquí se reía y transcribía su risa―. Ahí va la réplica, ¡y no me hagas quedar
como una gruñona!».
La réplica es la respuesta de arriba,
claro. A ver, contemos las palabras. Novecientas veinticinco (925). Sí, no
interesa alargar esto mucho más. Quería hablar de la violencia televisiva (que
tanto ven las niñas), de los prototipos masculinos demasiado duros (creados
para despertar la admiración de niñas y no tan niñas), de la incultura, de la literatura precocinada y de nuestro
ineficaz sistema educativo. Pero ya hablaremos de todo esto en otra ocasión:
hoy prefiero volver con la homogeneización
para terminar esta entrevista-charla hablando de (la) Charo-escritora.
―Amiga mía, considero que tu novela Diario de Campo no es solo una pequeña
obra maestra: es la aportación, tu granito de arena, un regalo. Original, inteligente,
rotunda, trascendente, conmovedora. Una obra inhomogeneizable que gana
batallas, que no se conforma con no perder. Pues bien, aquí va mi última
pregunta (la de la apoteosis): ¿cuándo volveremos a leerte?
―No lo sé. Tengo una novela presentada a una
editorial que me apetece mucho, pendiente de respuesta. Mientras tanto, sigo
escribiendo: hay otra novela muy avanzada ya.
Mil gracias por tu interés, y por esta conversación fragmentaria.
La entrevista ha terminado. Estoy solo. Ahora he de
escribir una coletilla eficaz. Una frase publicitaria. Para que al menos una
lectora pida el indispensable Diario de
Campo de Rosario Izquierdo. Para que esa inteligente lectora lo recomiende.
Para que otras lectoras puedan disfrutarlo. Para que, por una vez, gane un
producto puro, genuino, sin homogeneizar. Pero, como no soy publicista, no se
me ocurre nada.
* La novela de Rosario Izquierdo vive aquí:
Diario de Campo
* La novela de Rosario Izquierdo vive aquí:
Diario de Campo