Ayer fue 2016

 



«¿Cómo conseguiste un prólogo de Constantino Bértolo siendo un escritor desconocido?». Así comenzaba Manuel Moyano la presentación murciana de Nueve semanas (justas-justitas). Y, de alguna forma, todo empezó (o continuó) con Constantino Bértolo.

Llevaba diecisiete años de rechazos editoriales cuando recibí el suyo. No escribía como ahora, aunque ya andaba incubando el huevo. Creo que él lo detectó, pues su rechazo me resultó esperanzador. En esos días seguía activamente el blog de Caballo de Troya y fue ahí donde comenzamos a dialogar.

El rechazó de Constantino propició un cruce de cartas breves. Y, en ese cruce de cartas, le envié una vacía de contenido (una carta que solo era [toda ella] asunto). En ese «asunto» le agradecía el trato recibido, el consejo («persevera»), y explicaba que no hacía falta abrirla porque ese «asunto» era toda la carta. Recuerdo que me contestó algo así: «Una carta genial; si tuviera cien páginas, la publicaba».   

Esa carta (todo asunto) contenía paréntesis, corchetes, llaves y una pizca de ironía. Al día siguiente comenzaba Nueve semanas sin saber lo que iba a pasar. La terminé en nueve semanas y se la envié. Pero el tiempo se acababa. Era su último otoño en la editorial Caballo de Troya.

Desde el principio busqué la solución narrativa que Constantino bautizó como disparate. Decía Bértolo que la estética del disparate es concepto de larga tradición teórica, y que Gómez de la Serna u Oteiza tienen excelentes reflexiones sobre el tema.

Constantino Bértolo interpreta el disparate como un movimiento extremo de ruptura con lo esperado, como un desorden contra la lógica narrativa con que lo esperado usualmente se produce. Lo esperado que en definitiva es lo dominante. Y el disparate como arma contra la tiranía de lo esperable.

Decía que, al romper esa lógica, el disparate permite que afloren posibilidades de representación que de otra forma difícilmente podrían hacerse visibles. El disparate como mecanismo para la necesaria ampliación de la verosimilitud.

Después de veinte años escribiendo, Constantino definía lo que yo había estado haciendo por instinto. Nunca me planteé la pregunta. ¿Cómo quiero escribir? Simplemente escribía.

 Creo que desde el principio busqué el minimalismo, la prosa quintaeséncica, la originalidad, pero soy lento y Nueve semanas (justas-justitas) llega después de casi veinte años. Sin embargo, la novela me salió sin pensar, sobre la marcha, sin esquemas de ningún tipo: como si me la hubiera dictado un buen demonio.

Aunque esta es la sexta novela que publico, también es la primera. Ahora me viene a la cabeza lo que Elvira Navarro me contestó cuando le pregunté por su debut literario: «Temía los juicios porque me importaba demasiado saber si había acertado o fracasado».

Pues en esas estoy (yo) ahora. Vale, ya bastantes lectores se han mostrado públicamente entusiasmados con la novela, personas que no conocía, pero siento que esto acaba de empezar. En los veinte años que llevo escribiendo (en serio), nunca una novela mía había generado tanto disfrute y la verdad es que estoy encantado.

Se dice, por ejemplo, que es ocurrente, divertida, canalla, diferente, intensa, sediciosa, inesperada. También se dice que es una historia de amor en clave de humor con nueve gotitas de erotismo. Pero si me preguntan a mí, suelo decir que Nueve semanas (justas-justitas) es ―sobre todo― un estado de ánimo.


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