«Por primera vez en mi vida (65 años, 5000 libros leídos, 50 000 abandonados) voy a leer un libro dos veces seguidas». Así empezaba la entrevista que este verano le hice a David de Juan Marcos, el autor de la obra que hoy analizamos.
«Verano del 96 es su primer libro de relatos», nos dice la editorial, y por supuesto que se puede leer como libro de relatos (y entonces diríamos que es una obra brillante), pero si lo leemos como la novela que es, entonces diremos que es deslumbrante.
Yo creo que David ha inventado un nuevo género, la literatura teseica (por aquello del laberinto), un género donde el detective es el propio lector, y el misterio a resolver la propia novela. Cuando se lo comenté, me dijo que «En cuanto a inventar algo nuevo, sin tenerlo claro me jugaría un brazo a que se ha hecho muchas veces».
Pues, oiga, yo es la primera vez que me encuentro con una novela teseica que además de teseica es formidable, pues contiene la voz, la atmósfera y la magia que toda literatura debe contener. Sí, David ha inaugurado un nuevo género detectivesco cuyo misterio está en la propia obra.
La novela teseica es una novela con aspecto de volumen de relatos donde todo encaja y donde el juego consiste ―precisamente― en hacer encajar todas las piezas. Los capítulos se pueden leer como relatos independientes, pero ―y esto es importante― la novela es mucho más que la suma de esas partes.
Aunque soy un lector meticuloso, no conseguí descifrarla en la primera lectura, me quedé con un regusto extraño, frustrado tal vez, ¿qué narices escondía ese libro?, sabía que escondía algo pero no sabía qué. Así que volví a leerlo, en esta ocasión armado con papel y lápiz.
Lo primero, ¿quién narra? Hay que apuntarlo. Cada capítulo tiene un narrador. Es indispensable también anotar todos los detalles. Por ejemplo, los motes y características de los personajes. El protagonista (Miguel, Miguelín o Miki) es flaco, pálido, ojijunto, orejón, a veces feúcho, y tiene cara de lagarto.
Otros detalles que registré: mujer con mechón de pelo blanco, padre teniente (aviador), mamá de guardia, especialista en fuego, tele llena de niebla, dumbo (orejón), «dicen que está loca».
El gozo es grande. Cuando finalmente todo encaja. Cuando finalmente lo sabes todo, quién es quién (Fran López, alto, con bigote; Billy, gordo, lelo; Tano, infantil, pequeño), cuando finalmente descubres lo que el libro escondía.
«A partir de aquí la tía Marisol hizo algo de lo más extraño: empezó a enseñarnos nuestra ciudad. Con maneras de guía turística, nos mostró el edificio donde trabajó de costurera antes de, el soportal en el que se citaba con sus amigas cuando, la cafetería ―un restaurante chino ahora― donde. Y decía nombres como si supiéramos quiénes eran o como si nos importara quiénes fueron. Aquella esquina, aquel beso y aquel novio tan joven y tan bien puesto que iba para piloto del ejército».
Lo más rompedor que he leído.
Una obra trascendente.
La novela.
