Arribar a Barcelona, ir a la editorial y conseguir
el teléfono del agente de Zora es todo uno. Visto y no visto. Como relámpagos,
vamos, cuando salimos del aeropuerto. Mat se ríe. Coger un taxi, darle la
dirección, apearnos al cabo de media hora y asaltar el edificio. Para describir
nuestro sentir, baste decir que rebosamos euforia. A ver quién nos detiene
ahora, dice nuestro decidido talante.
¿Las señas de Zora Nerva?
Sí, un momento.
Y al segundo:
Tengo el teléfono de su agente.
Ya en el hotel, refrescarnos un
poco y marcar el número. Tardan en contestar. Mira que si ahora no lo cogen,
susurra para sí mi hermano. Nosotros, los Munt, que siempre nos hemos
caracterizado por nuestra flema, temblamos ahora ante la posibilidad de que el
sueño que estamos acariciando se nos escape de entre las manos como agua de
lluvia. Tememos que, después de todo, ella sea tan normal como los demás y que, al final, todo acabe con un despertar
a la cotidiana realidad. Nos preocupa, en una palabra, perder la esperanza, la
fe. Y que papá siga solo.
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